Comenius, Didáctica Magna. (Selección de textos).
Cómo puede ser que con unos mismos libros se instruyan todos.
Cinco cosas hay que tener en cuenta:
I. No deben tolerarse otros libros.
Nadie ignora que la pluralidad de objetos distrae los sentidos. Notable ahorro de trabajo tendremos, en primer lugar, si no se consienten a los escolares otros libros que los propios de la clase en que están; para quea su norma perpetua la que se mostraba entre los antiguos a los que hacían sacrifidios: ¡Haz esto! Pues más llenarán éstos el entendimiento cuanto menos distraigan los otros la vista.
II. Debe tenerse abundancia de los propios en la clase.
En segundo lugar, si se tienen preparadas todas las demás herramientas escolares, tablas, programas, borradores, diccionarios, sistemas de artes, etc. Pues cuando los Preceptores mandan hacer a sus discípulos los carteles alfabéticos, prescriben la forma de la caligrafía y dictan los preceptos, textos o traducciones de los textos, etc., ¡qué gran cantidad de tiempo pierden! Más cómodo será tener impresos en número abundante los cuadernos que son necesarios para todas las clases y aquéllos que hande traducirse al idioma corriente con la traducción colocada debajo. Así, todo el tiempo que había de consumirse en dictar, copiar y traducir podrá emplearse con mayor utilidad en la explicación, repeticiones y ensayos. (…)
III. Los libros deben estar cuidadosamente escritos, pero al alcance de todos.
Los libros o cuadernos indicados deben adaptarse perfectamente a nuestros principios, ya expuestos, de facilidad, solidez y brevedad en todas las escuelas, tratándolo todo llanamente con fundamento y cuidado para que constituyan una exactísima imagen de todo el universo (que ha de grabarse en el alma). Y con gran encarecimiento advierto que todo debe estar expuesto con llaneza y con lenguaje corriente a fin de que ilumine de tal manera a los discípulos que pueden comprender de modo natural, y sin necesidad de Maestro, cuantas enseñanzas encierre.
Por qué debe emplearse la forma de diálogo.
A que fin deseo que los libros estén dispuestos en forma de diálogo. Por estas razones: 1) Por la facilidad en adaptar las materias y el estilo a los entendimientos infantiles, y así nada les parecerá imposible, arduo o difícil en extremo, puesto que nada hay más familiar y natural que la conversación mediante la cual puede el hombre ser llevado poco a poco, y sin apenas darse cuenta, al punto que se quiera. Este procedimiento, a fin de ponerse al alcance de todos, es el que emplean los cómicos para recordar al pueblo los hechos pasados; también lo siguió Platón en toda su filosofía, Cicerón en muchas de sus obras y Agustín en toda su teología. 2) Los diálogos excitan, animan y mantienen la atención, tanto por la variedad de las preguntas y respuestas, mezcladas con sus razones y formas, como por la diversidad y mutación de las personas que intervienen en ellos, con lo cual se mantiene el espíritu sin cansancio, despertándose, en cambio, mayor deseo de escuchar. 3) Hace la instrucción más sólida. Pues de igual modo que tenemos más vivo recuerdo de aquellas cosas que hemos visto que de aquellas otras que solamente hemos oído, así se adhiere con mayor tenacidad a nuestro entendiiento cuanto aprendemos o conocemos mediante una comedia o conversación (porque además de oírlo nos parece que lo vemos) que todo lo que escuchamos en la escuela recitación del Preceptor, según la diaria experiencia nos confirma. 4) Como gran parte de nuestra vida transcurre en la conversación, será el camino más breve en la educación de la juventud acostumbrarla, no sólo a comprender cuanto le es útil, sino a hablar acerca de ello con soltura, circunspección y facilidad. 5) Por último, los diálogos son en extremo útiles para hacer los repasos con facilidad, aún los mismos discípulos entre sí.
IV. De una misma edición.
Sumamente provechoso será que los libros sean de una misma edición, coincidiendo en sus páginas, líneas y en todo, para ayudarse en las citas y en la memoria local y no ofrecer motivo a dificultad de ninguna especie.
V. Debe dibujarse en las paredes el contenido de los mismos.
También reportará gran utilidad que el contenido de los libros se reproduzca en las paredes de la clase, ya los textos (con enérgica concisión), ya dibujos de imágenes o emplemas que continuamente impresionen los sentidos, la memoria y el entendimiento de los discípulos. Los antiguos nos refieren que en las paredes del templo de Esculapio se hallaron escritos los preceptos de toda la medicina que transcribió Hipócrates al visitarle. También DIOS, Nuestro Señor, ha llenado este inmenso teatro del mundo de pinturas, estatuas e imágenes, como señales vivas de su Sabiduría, y quiere que nos instruyamos por medio de ellas. (…).
Cuatro libros para enseñar una lengua.
19. Los libros didácticos habrán de ser cuatro, conforme a los grados de las edades:
I. VESTÍBULO
II. PUERTA de la lengua (latina, por ejemplo) con los libros suplementarios
III. PALACIO
IV. TESORO
I. Vestíbulo.
El Vestíbulo debe comprender lo referente al silabeo, con algunos centenares de vocablos distribuidos en refranes o proverbios, llevando anejos unos cuadros de declinaciones y conjugaciones.
II. Puerta.
La Puerta ocntendrá todos los vocablos más comúnmente usados en el idioma, unos ocho mil, contenidos en sentencias breves, en los que se expresarán las cosas en su sentido natural. Aquí se añadirán algunos preceptos gramaticales breves y claros que expongan con toda sencillez la verdadera y genuina forma de escribir, formar, pronunciar y construir las voces de aquella lengua.
III. Palacio.
El Palacio encerrará en sí diversos discursos acerca de todas las cosas, formados con frases de todas clases y adornos oratorios; con anotaciones marginales de los autores de quienes se toma cada trozo. Al pie deberán mencionarse las reglas acerca de los mil modos de variar y matizar las frases y las oraciones.
IV. Tesoro de autores.
El Tesoro se llama a los autores clásicos que con gravedad y energía han escrito acerca de cualesquiera materias, anteponiendo las reglas para buscar y reunir los nervios de la oración y sustituir los idiotismo con todad propiedad. (Aquí se hace por primera vez). Se escogerán algunos de estos autores para ser leídos en clase, y con los demás se formará un catálogo a fin de que no se ignore quiénes son, si alguien tuviera después ocasión o gana de consultar los autores que traten de éste o el otro asunto.
Libros Suplementarios.
Llamamos libros suplementarios a los que nos sirven para sustituir a los didácticos con expedición y mayor fruto. Son, a saber:
Al Vestíbulo, el ïndice de todas las voces usual-latino y latino-usual.
A la Puerta, el Diccionario Etimológico, expresando las voces primitivas en latín y lengua usual, por sus derivados y compuestos, y exponiendo el por qué de las significaciones.
Al Palacio, el Diccionario Fraseológico usual-corriente, latín.latino (y si es necesario griego-griego), reuniendo en una, con la expresión del lugar en que se hallan, las diversas frases, elegantes sinonimias y perífrasis que aparecen diseminadas en dicho Palacio.
Al Tesoro, le servirá de suplemento y refuerzo el Prontuario Universal, desarrollando de tal manera la riqueza de ambas lenguas (corriente y latina y luego latino-griega), que no haya nada que aquí no se encuentre, y concierten todas entre sí para expresar con propiedad el sentido directo: con metáforas, el figurado; jocosamente, lo jocoso, y proverbialmente, lo proverbial. No es verosímil que exista algún país cuya lengua sea tan pobre que no tenga suficiente riqueza de voces, frases, sentencias y refranes para disponerlos con inteligencia y aplicarlos a la lengua latina, y seguramente no habrán de faltar, si se tiene habilidad para imitarlos y construirlos, parecidos con los que más se asemejen. (…)
Si queremos reformar las escuelas conforme a las normas verdaderas del cristianismo, hemos de prescindir de los libros de los gentiles o, por lo menos, usarlos con más cautela que hasta el presente.
El amor por la gloria de Dios y la salvación del hombre, nos fuerza a vigilar sobre esta materia, sobre todo viendo que las principales escuelas de los cristianos sólo siguen a Cristo en el nombre, teniendo, por el contrario, en gran estimación a los Terencios, Plautos, Cicerones, Ovidios, Cátulos y Tibulos, Musas y Venus. De donde se sigue que sabemos más del mundo que de Cristo, y es necesario buscar verdaderos cristianos en medio de la cristiandad. Ciertamente, porque para algunos eruditísimos varones Teólogos, peritos en la divina sabiduría, Cristo les proporciona solamente la máscara, y Aristóteles, con toda su cohorte pagana, el espíritu y la sangre. (…)
Causas por las cuales los libros gentiles deben ser excluidos de las escuelas cristianas [infantiles] e introducidos, en cambio, los que tratan de Dios.
En primer lugar, porque nuestros hijos nacidos en Cristo han vuelto a nacer por el Espíritu Santo; por lo tanto deben ser hechos ciudadanos del Cielo, y dárseles, ante todo, conocimiento de las cosas celestes, Dios, Cristo, los ángeles, Abraham, Isaac, Jacob, etc. (…)
Además, Dos, mirando por su pueblo escogido, no le señaló la escuela, sino en sus atrios; donde se constituyó en Doctor nuestro, nos hizo sus discípulos, y la doctrina, la voz de sus oráculos. (…)
Expresamente prohibió Dios a su pueblo la enseñanza y costumbres de los gentiles. (…)
Tampoco permite nuestra majestad de Cristianos (hechos por Cristo, hijos de Dios, sacerdocio real y herederos de la vida futura), que nos rebajemos y prostituyamos tanto nosotros y nuestros hijos, hasta el punto de trabar tan estrecho consorcio con los profanos gentiles y tenerlos en tanta estimación. Ciertamente que a los hijos d los Reyes y Príncipes no suele dárseles por preceptor aun truhán, bufón o vagabundo, sino a graves, sabios y piadosos varones, y nosotros no hemos de tener reparo en escoger por preceptores para los hijitos del Rey de los Reyes, hermanitos de Cristo, herederos de la eternidad, al jocoso Plauto, al lascivo Cátulo, al impuro Ovidio, al impío Luciano, escarnecedor de Dios, al obsceno Marcial y a todos los demás de esa turba, sin conocimiento del temor del verdadero Dios (…) Y la iglesia moderna de los griegos, que aunque tiene escritos en su elegante y hermosos idioma los libros filosóficos y poéticos de sus antepasados, considerados la nación más civilizada del mundo, ha prohibido bajo pena de excomunión su lectura (…)
Pero aún dicen los que defienden incautamente la causa de Satanás contra Cristo que los libros de la Sagrada Escritura son demasiado difíciles para la juventud, por lo cual hay que proporcionar otros libros hasta que crezca su juicio. (…) Teniendo nosotros a Jesucristo, doctor y maestro de todo el género humano, fuera del cual nos está prohibido buscar otro (Mat. 17,5; 23, 8), y que dijo : Dejad que ,os niños se acerquen a mí, y no se lo impidáis (Marc. 10, 14). ¿Intentaremos guiarlos de otro modo contra su voluntad? (…) Yo ruego encarecidamente, por la misericordia de Dios, que ya por fin y con todo empeño a tiendan a esto los Magistrados cristianos y Rectores de las Iglesias, para que la juventud cristina, nacida para Cristo y consagrada por el Bautismo, no continúe `por más tiempo siendo ofrecida a Moloch. (…)
(…) en las escuelas cristianas deben formarse ciudadanos para el cielo, no para el mundo; y, por lo tanto, hay que procurarles maestros que inculquen más lo celestial que lo terreno, más lo santo que lo profano. (…)
Por qué aconsejamos que los discípulos copien por sí mismos sus libros de clase.
No sin motivo preceptuamos que los niños copien de su puño y letra, y con la mayor limpieza, sus libros impresos de clase. Pues esto servirá para grabar más profundamente en la memoria cuanto se haga por tener los sentidos largo tiempo ocupados con las mismas materias. Se adiestrarán en este diario ejercicio de escritura, en la caligrafía, velocidad en la escritura y buena ortografía; hábito en extremo utilísimo para los sucesivos estudios y ocupaciones posteriores de la vida. Será una prueba evidente para los padres de los alumnos de que en la escuela se hace todo lo que debe hacerse, y podrán juzgar fácilmente de su aprovechamiento viendo cómo realizan su trabajo. (…)
Que el arte didáctica se eleve a la perfección y exactitud del arte tipográfico.
Es nuestro deseo que el método de enseñar alcance tal perfección, que entre el usual y corriente, hasta ahora, y este nuevo procedimiento didáctico, exista igual diferencia que la que admiramos entre el arte antiguo de multiplicar los libros, mediante la copia, y el arte tipográfico, recientemente descubierto y ya extraordinariamente usado. Pues de igual modo que el arte de la tipografía, aunque más difícil, costoso y trabajoso es, sin embargo, más adecuado para copiar los libros con mayor rapidez, exactitud y elegancia, así también este nuevo método, aunque asuste al principio por sus dificultades, una vez implantado, servirá para instruir a muchísimos con aprovechamiento más seguro y mayor complacencia que con el actual y corriente desorden.
(…) las ciencias pueden inculcarse en las inteligencias del mismo modo que se imprimen exteriormente en las hojas de papel. Esta es la razón de que no sea un despropósito inventr y aplicar a esta Didáctica nueva un nombre parecido al de Tipografía, llamándola Didacografía. (…)
Comparación en el arte tipográfico.
De igual manera pasan las cosas en la Didacografía (séanos lícito conservar este nombre). El papel son los discípulos cuyas inteligencias han de ser impresas con los caracterres de las ciencias. Los tipos o caracteres, son los libros didácticos y demás instrumentos preparados para este trabajo, gracias a los cuales ha de imprimirse en los entendimientos con facilidad todo cuanto ha de aprenderse. La tinta es la voz viva del Profesor que traslada el sentido de las cosas desde los libros a las mentes de los discípulos. La prensa es la disciplina escolar que dispone y sujeta a todos para recibir las enseñanzas. (…)
Comparación de los tipos con los libros escolares.
Los tipos o caracteres de bronce tienen una gran analogía con nuestros libros didácticos (conforme nosotros los preceptuamos). Pues de igual modo que es necesario fundir, pulimentar y disponer para el uso los tipos antes de comenzar la impresión de los libros, así se requiere disponer los instrumentos de este método antes de ponerle en práctica.
Es imprescindible la abundancia de tipos a fin de que sean suficientes para los trabajos; lo mismo ocurre con los libros y materiales didácticos porque es sumamente molesto, fastidioso y perjudicial empezar el trabajo y no poder avanzar por carencia de los elementos necesarios.
El perfecto tipógrafo tiene toda clase de tipos para que no le falte el que puede necesitar. Así, es necesario que nuestros libros contengan todo cuante hace relación a la completa instrucción de las inteligencias, a fin de que nadie pueda dejar de aprender con ellos lo que puede saberse.
Para que los tipos estén siempre preparados para su rápido uso, no han de estar tirados aquí y allí sino distribuidos ordenadamente en apartados y cajas. De igual manera no han de presentar nuestros libros de un modo confuso lo que ha de aprenderse, sino clasificado y separado con la mayor claridad en tareas anuales, mensuales, diarias y hasta por horas.
Se toman únicamente de las cajas aquellos tipos que se necesitan para el trabajo actual y los demás se dejan en ellas. Del mismo modo hay que dar a los niños aquellos libros únicamente que han de necesitar en su clase para que no se distraigan con los demás y sufran confusión.
Finalmente, así como el tipógrafo conserva la norma lineal, en virtud de la cual los caracteres forman las palabras, éstas los renglones y los renglones las columnas de manera que no haya desproporción alguna, también hay que poner en manos de los formadores de la juventud normas a las cuales ajusten sus trabajos, esto es, deben escribirse para su uso los libros informatorios que les indiquen lo que hay que hacer, cómo y en qué momento, a fin de que no puedan equivocarse.
Dos géneros de libros didácticos.
De dos maneras, pues, han de ser los libros didácticos: Reales, para los discípulos, e Informatorios, para los maestros, a fin de que sepan enseñar el uso de los anteriores.
Qué representa la tinta en la enseñanza.
Hemos dicho que la tinta de la imprenta estaba representada en la enseñanza por la voz del Preceptor (…) así, todo lo que los libros, maestros mudos, exponen a la inteligencia de los niños es realmento confuso, arcano e imperfecto; pero al intervenir la palabra del Preceptor (explicándolo racionalmente conforme a la comprensión infantil y haciendo de ello las aplicaciones oportunas) se convierte en real y vivo y se imprime profundamente en el espíritu, de manera que entiendan perfectamente lo que aprenden y se den cuenta de que entienden lo que saben.
Tomado de: COMENIUS (Jan Amós Komensky): Didáctica Magna (Traducción de Saturnino López Peces; Introducción de Mariano Fernández Enguita), Madrid, Akal, 1986. (Primera edición en checo: 1632; primera edición en latín: 1640).