As pequenas memorias
Edición en castellano: Las pequeñas memorias, Madrid, Santillana (colección Punto de Lectura), 2008, pp. 39-40. Traducción de Pilar del Río.
En aquel entonces Leandro no parecía muy inteligente, por no decir que lo era bien poco o que no se esforzaba por mostrarlo. El tío Antonio Barata no empleaba su saliva en circunloquios, metáforas y rodeos, lo llamaba burro directamente, con todas las letras. Era la época en que todos aprendíamos en la Cartilla Maternal de Joâo de Deus, el cual, pese a haber gozado en vida de merecida reputación de ser una digna persona y un magnifico pedagogo, no supo o no quiso huir de la sádica tentación de dejar caer a lo largo de sus lecciones unas cuantas trampas léxicas, o, si se prefiere, con ingenuo desprendimiento, no le pasó por la cabeza que pudieran llegar a serlo para algunos catecúmenos menos habilitados por la naturaleza para los misterios de la lectura. Me acuerdo (vivíamos en aquellos días en la calle Carrilho Videira, cerca de la Morais Soares) de las tempestuosas lecciones de Leandro recibía del tío, que siempre terminaban en bofetadas (como sucedía con la palmeta, también conocida como «la niña de los cinco ojos», la bofetada era un instrumento indispensable en los métodos educativos vigentes) cada vez que tropezaba con un palabra abstrusa que el pobre muchacho, según mis recuerdos, nunca conseguía decir correctamente. La aciaga palabra era «acelga», que é pronunciaba «acega». Bramaba el tío: «¡Acelga, so burro, acelga!», y Leandro, ya a la espera del sopapo, repetía «Acega». Ni la agresividad de uno ni la angustia del otro merecían la pena, el pobre chiquillo, aunque lo mataran, diría siempre «acega». Leandro, claro está, era disléxico, pero esta palabra, aunque estuviera presente en los diccionarios, no constaba en la cartilla de nuestro bueno y querido Joâo de Deus.